Los monstruos del delta por Martín Graziano

 Un ángel que trabaja en la draga, perdió varios dientes en una pelea y todos llaman La Noche. Carpinchos ígneos y peces torpedo. Pescadoras que hunden su cabellera en el río y emiten sonidos submarinos para seducir a sus presas. Bella Vista, el luchador de catch que usa anteojos. Angelita Martínez, la fundadora de un hospital isleño que admite a insectos enfermos. Una misteriosa comunidad de rusos que practica el silencio para no envejecer y aprendió a masturbarse debajo del agua para nutrir la correntada con su propia simiente. Imantada por el delta del Paraná y una brutalidad de orden metafísico, toda esta constelación de personajes es el corazón de La Noche: el primer libro de cuentos de Alberto Muñoz. Si es que son cuentos. Si es que hay algo que Muñoz haga por primera vez.

Fundador de M.I.A., poeta, dramaturgo, psicólogo y folletinista. Director de Ediciones en Danza, guionista de culto (OkupasMagazine For Fai), autor de una saga de discos gloriosos que no están en Spotify. Desde su irrupción con el colectivo autogestivo de la familia Vitale, Muñoz se transformó en una suerte de francotirador con un arma renacentista. Aunque la mayor parte de la gente no tenga la menor idea, ya fue alcanzada por la cerbatana de ese barbudo que parece suscribir a los tres mandamientos de Joyce: silencio, destierro y astucia. Un plan o una fatalidad.

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“La única fatalidad que tengo en mi vida son mis eternos problemas dermatológicos producidos por el sol, el sol que he chupado en las islas toda la vida”, admite. “Un médico me dijo en una oportunidad que yo tenía una ‘batería’ adentro de mi cuerpo; no un instrumento musical sino un acumulador. Tengo un sol interior que lastima. Esa es mi fatalidad. Con respecto al plan, no lo hay, entiendo que ocupo el lugar que me corresponde: preparo alumnos, doy clases de Poética, camino, escribo. Es cierto que soy ermitaño”.

Como si fuera un anfiteatro disperso entre los humedales, las islas del Tigre funcionan de horizonte para esta mitología. Para la parábola rota de todos estos personajes. En la tradición dispersa de esta literatura fluvial (el refugio de Conti, el cianuro de Lugones, etc.), Muñoz superpone un mapa sobre otro mapa. “La Noche es el ovillo de mi experiencia en las Islas después de tantos años”, dice Muñoz. “Un ovillo cerrado, oscuro, que es el modo en que se me presentan Las Islas en mi imaginación. Cabe decir que los isleños son otros isleños, los presentes en el libro tienen una brutalidad de otro orden, desconocida en las aguas del Paraná. La noche es otra noche, en fin: poesía, literatura”.

Si bien se la ha pasado contando historias, este libro es su primer acercamiento más o menos formal hacia el cuento. Aunque, por el aliento de estos textos, uno podría pensar menos en el formato literario cristalizado que en el cuento como “lengua popular”. Como esas historias entrevistas entre la niebla de los humedales y contadas alrededor de la complicidad del fuego. Una escena, un personaje, dos o tres páginas. Sin embargo, a medida que el libro avanza parece menos desmalezar el terreno que propiciar el monte. Entonces, ¿es una nouvelle? No exactamente. Para los últimos tragos, está más o menos claro que estamos frente a uno de esos artefactos artísticos que no admiten otras reglas que su propio manual de instrucciones.

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“En mi producción general no he tenido demasiado en cuenta los formatos”, reconoce Muñoz. “Mi música ha sido considerada teatral, mi teatro, poético, mi poesía, relato. No es un capricho ese modo de componer, entiendo que la vida en general es una teatralidad musical y poética que transcurre como una épica sanmartiniana, relatos y relatos que componen al final una biografía que se llevará el destierro o el olvido”.En efecto. A pesar de las disciplinas y las plataformas, la obra de Muñoz parece tender siempre a una misma proporción áurea. Como si se ordenara una programática y, a la mitad del viaje, acabara cediendo al magnetismo de la nave nodriza. Así, aunque aparezcan canciones por aquí o allá, discos como Los últimos días de Johnny Weismuller (1996) o La pasión según los hipopótamos (2000), suscriben a aquella categoría tan extemporánea como la del “teatro para el oído”. Más atrás, La Compañía del Circo Mágico (1980) o la iniciática Cantata Saturno (1974) dialogaban con la violencia social y política desde un vórtice extraño: el encuentro isabelino entre el teatro independiente con los discos conceptuales del rock progresivo.Casi medio siglo después de la fundación de M.I.A., Muñoz todavía se entrevé en aquella mesa de operaciones: planeando el próximo movimiento con Donvi Vitale y Esther Soto. “Me reconozco ahí, desde ya”, dice. “Algo de la pasión por generar un arte independiente, una militancia contracultural. No lo pienso en términos nostálgicos, no soy nostálgico, hoy las estrategias son de otro orden, no las voy a enumerar porque no es bueno que el enemigo sepa que es lo que uno piensa. Me gustaba lo contestatario del rock, que se enfrentaba como podía ante el horror militar: música versus bayonetas. Pero no resulté ser un referente musical en ese estilo. Fijate vos que en las canciones que compuse durante el período de M.I.A., casi toda la lírica es bucólica: ‘Aria para Don Juan L.’, ‘Mama deja que entren por la ventana los siete mares’, ‘Días de la luna’, ‘Pasaron cuervos’, ‘Corre corre corderito’, ‘La última jirafa’. Parecía más un naturalista del siglo XIX que un roquero”.

Todo bien con los enclaves comunitarios en El Bolsón o San Marcos. La cultura rock argentina, sin embargo, siempre fue más bien un drenaje urbano. Suburbano, en el mejor de los casos. En ese sentido, Muñoz ya empezó directamente con un pie afuera. Del mercado (MIA no solo manejaba su circuito, sino que fundó su propio sello: Ciclo 3), pero también de Capital Federal (la base de operaciones estaba en Villa Adelina) y buena parte de los usos y costumbres del género. Acaso con el diario del lunes, el progresivo desplazamiento de Muñoz hacia las islas del delta parece casi una obviedad. “La mitad de mi cerebro es insular; la otra mitad terrenal”, dice. “En la zona insular manda el agua, la vegetación espesa, los insectos, las voces que trae y lleva el viento. Ese ámbito es infinito. Yo soy como una abuela que teje al sol en esos parajes un colcha llena de colores”.


*MARTÍN E. GRAZIANO
Martín E. Graziano es periodista. Se graduó como Licenciado en Comunicación Social en la UNLP. En el año 2007 publicó su libro Estación Imposible (Periodismo y Contracultura en los ’70: la historia del Expreso Imaginario) y en 2011 Cancionistas del Río de la Plata. Su último libro es Tigres en la lluvia, una biografía de Invisible

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