Árbol que tiembla, de Denise León.

 




Las memorias familiares son como el tejido de Penélope: deben ser hechas y deshechas continuamente. Ni siquiera los huecos o los restos ilegibles están señalados.

En el árbol genealógico que solicita el formulario las ramas del lado de la mamá están llenas de ausencias. Hablamos con primos de primos, con tíos, con conocidos de los tíos, con amigos del papá que quizás recuerden. Incluso cuando parece que nos estamos acercando y que la Kehilá quizás tenga una lista de todos los Azubel enterrados en el cementerio, me inquietan los silencios, las partes vacías de las historias por las que pasa la luz.

Nunca estoy segura de cómo escuchar los ecos de las vidas de familiares que no conocí preservados en los relatos ajenos. Una prima me cuenta que los padres de la bisabuela Perla se murieron de cólera allá en Izmir. Fue la tía quien las acompañó a ella y a su hermana ( porque había una hermana ) y después la llevó a vivir por un tiempo en la casa de sus futuros suegros: Zinbul Bezalel y David Azubel. La bisabuela Perla ya había intercambiado fotos con su novio y la esperaban en la América. Dicen que en la stampa que le mandó al novio se la veía con el dedo índice apoyado en la sien, la cabeza inclinada y el resto de los dedos sobre la mejilla o apuntando hacia la boca, como se usaba en la época. Y, aunque el novio tal vez pensó que estaba un poco loca por el gesto del dedo en la sien, le correspondió con una foto suya, de la que la bisabuela hizo cientos de reproducciones que todavía hoy andan dando vuelta en las casas de los nietos y los bisnietos.

Parece que al bisabuelo Alejandro le gustó mucho la bisabuela Perla, su cuerpo menudo y punzante, la forma de sus piernas. Con cualquier excusa estiraba la mano para tocarle el borde suave de los vestidos, de los batones floreados que usó toda la vida, abajo, abajo, donde se enganchan los alfileres y la piel se dobla, se hiende. Es posible que le haya gustado la bisabuela con la misma hondura con que siempre le gustaron la timba, el baile, la foto esa con el gesto de loca — carne roja, semillas negras — y que por eso los Azubel hayan tenido que adelantar el casamiento.

Nadie sabe lo que puede un cuerpo, anotaba Spinoza en su Ética. Spinoza o Espinoza, que también era sefaradí y entendió muy bien que el deseo es algo que va y vuelve, que es una acción de sí sobre sí, como el dedo en la sien, en la cual el agente y el paciente entran en un umbral de absoluta indistinción.

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