A propósito de la jardínería ( acerca de El coloquio de las plantas, de Tani Mellado) por Sabrina Barrego




En este episodio de CARTOGRAFÍAS A LA INTEMPERIE DE LA REVISTA LA INTEMPERIE MENDOZA, se utilizaron las voces de Maite Esquerré, Luciana Tani Mellado, Pablo Grasso, Fernanda Maciorowski y Sabrina Barrego. Registros sonoros de General Alvear y de la Cuarta Sección y fragmentos de “Epílogo”, de Moa Edmunds Guevara, “La pesquisa”, de Alma Laprida, “La tunita, Catamarca”, de Ludovico Zapata y “Quién era yo”, de Iamana Mari & Descalza cuarteto.


 Los jardineros auténticos no usan guantes, escribe May Sarton. Sus manos saben sostener la vida de bellas y raras criaturas a la vez que se cubren de cicatrices, esa es la paradoja que rodea sus vidas con el silencio de las hojas cuando crecen. Cicatrizando, al fin, pero, a veces, tan lento que no llegan a darse cuenta de cuando su piel ha terminado de sanar. Es una cuestión de tiempo. Los amantes, los escritores y los grillos no son los únicos que se enfrentan al tiempo. También los jardineros desean en ocasiones desafiar sus condiciones. Un jardinero sabe que demasiada agua es mala para algunas plantas, que hay equilibrios que restaurar y elegir con cuidado sus herramientas y qué podar. Los jardineros se templan en la renuncia (alguien te sacará de su vida como un abrojo, vos harás lo mismo).

Luciana Mellado escribe con su jardín un libro de preguntas. En épocas de profundo ombliguismo, les da una voz a sus plantas y se deja hablar, escucha. La poeta es, entonces, labradora paciente: los poemas necesitan para crecer un cultivo y un tiempo diferente; si se los planta como semillas de palabras vivas en el suelo apropiado, arraigarán, madurarán y darán fruto cuando sea la estación. Es dura como el acero la mano de quien cultiva, sobre todo en terrenos pedregosos donde la tierra se acumula en sólidos terrones que es necesario deshacer para sembrar, aun así la reviste un cuero dulce y aterciopelado como el durazno, para no magullar o herir a las raíces ocultas bajo la tierra. Un jardinero sabe que el mundo crece adentro suyo como dentro de cada flor crece un secreto diminuto que protege, y que lo protege, aunque no todo se pueda conservar del frío. Esa mano que escribe elabora un ungüento para las heridas por más empeño que ponga en derrumbarse como el tronco leñoso de la lavanda por su propio peso, ahí está la gracia, ahí está el acto de fe, esa poesía que existe porque creemos en ella.

Sabrina Barrego

Comentarios

Entradas populares