Oro circunda, acerca de La casa de las luciérnagas, de Rosa Cedrón por Gabriel Martino
Oro circunda
acerca de La casa de las luciérnagas, de Rosa Cedrón.
por Gabriel Martino
Hay poetas de departamento y poetas de intemperie; Rosa Cedrón pertenece a estos últimos, como los haijines. Circunstancias de su vida le han hecho conocer el desamparo y ver de cerca la peor cara de los hombres. Pero lavado su rostro en aguas lustrales conservó el equilibrio sobre la cuerda floja de la belleza, mirándola directamente a los ojos.
Llueve / el canto de la lluvia es tan hermoso / que no quiero pintarlo.
No es extraño que hable de tú a tú con la materia de su canto. Se halla familiarizada con los elementos: el musgo, la piedra, el viento, el pájaro y parece haber dado la vuelta completa, redescubriendo, de esta única manera, que sólo existe un puñado de palabras capaces de obrar el milagro.
Hay en ella esa poderosa capacidad para la inocencia: Hoy puedo bañar tu rostro / con rosas de nieve.
Dios y Naturaleza parecen regir La casa de las luciérnagas como esos términos intercambiables que postulara Spinoza.
Rosa Cedrón no viaja sola por el espacio inconmensurable:
Noche. // En lo alto brillan Febos y Deimos / Estamos en Marte, / Mario.
La noche es el ámbito privilegiado para que las cosas sucedan de manera distinta y las luciérnagas testigos mudos de la puerta que el amor abre al misterio y a la redención definitiva:
Todas esas causas fueron necesarias, / para que hoy, la luna y la poesía sean / Hermanas en misterio. / El misterio redime. / Oh Misterio ¡redímeme!
Tres poemas de La casa de las luciérnagas
Madre noche
En el temblor de la noche
cuando mi ser llama a su madre
¡Madre noche Madre noche!
Sálvame, el temblor me paraliza
Madre, vuelve encanto este amanecer
Barro
la cruz del tiempo.
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